Conocer el clima siempre será definitivo en la toma de decisiones eficientes,
eficaces y oportunas, jugando un papel definitivo en función de la prevención
y el desarrollo
.
En ese sentido, cuando hablamos de cambio climático, debemos empezar por
tener un conocimiento previo del clima de nuestro país, de sus variaciones
espaciales y temporales, así como de las características geográficas que
determinan la presencia de fenómenos meteorológicos que son los que al final
definen el clima de las diversas regiones del territorio nacional.
Sumado a ello, es bastante común que en diversos escenarios se confundan
los términos tiempo y clima y que a su vez, se hable de variabilidad climática y
cambio climático como si fuesen lo mismo. Aunque hay una estrecha relación
entre los dos conceptos, es importante señalar que son diferentes.
Por lo anterior, en la presente nota partiremos justamente de la diferencia entre
variabilidad climática y cambio climático. La variabilidad climática hace
referencia a un comportamiento anormal del clima que puede presentarse con
frecuencia, pero es temporal y transitorio, mientras que el cambio climático
está asociado a la variación de la temperatura que es permanente y que
requirió de décadas de registros climáticos para ser verificado.
Existen escalas de la variabilidad climática (VC) y fenómenos asociados a la
misma, que van muy de la mano con el tiempo cronológico en el que se suelen
presentar. Así, existe una VC estacional que se relaciona con el ciclo anual y
que define las temporadas de más y menos lluvias. Luego, está la
intraestacional, que tiene una periodicidad que va desde unas pocas semanas,
hasta fases entre 30 y 60 días apoyando o inhibiendo las precipitaciones;
posteriormente está la VC interanual en la que sobresalen los fenómenos
Niño/Niña, los cuales suelen aparecer con una frecuencia que puede ir entre
los 2 y los 7 años. Por último, está la interdecadal la cual aparece entre
décadas, es decir cada 10 años aproximadamente.
Por su parte, cuando se habla de cambio climático, se toma como referencia
análisis de datos de 30 o más años, identificando la tendencia de aumento o
decrecimiento de una variable en especial.
Vale la pena señalar que frente al concepto de cambio climático hay dos
contextos que deben también tenerse en cuenta: el del tiempo geológico, que
es ese cambio en las condiciones climáticas vistas desde los miles de años y
que ha determinado los periodos glaciales (fríos) e interglaciales (cálidos); y el
del contexto reciente, debido al notorio incremento de temperatura, por una
mayor emisión de gases de efecto de invernadero producto de actividades
antrópicas, lo que sin duda está trayendo consigo efectos irreversibles en
diversos ecosistemas a nivel mundial.
Hace unas pocas semanas, la Organización Meteorológica Mundial indicó un
incremento de 0.86°C en la temperatura media global desde 1970 y de 1.1°C
desde la era preindustrial. La disminución y desaparición progresiva de los
glaciares, así como del aumento del nivel del mar, además de una notoria
pérdida de la biodiversidad, vienen siendo impactos evidentes de ese cambio
climático. A partir de la crisis ambiental en las últimas décadas, ha surgido en
diversos ámbitos el término de crisis climática, poniéndonos en un escenario
de alto nivel de alerta, pues se suma a esa condición de clima cambiante otras
problemáticas asociadas a la degradación del medio.
Naciones Unidas, por ejemplo, continuamente hace énfasis en que ese clima
cambiante amenaza la producción de alimentos en diferentes regiones del
mundo; así mismo, el aumento del nivel del mar incrementa el riesgo de
inundaciones con efectos catastróficos, siendo ese cambio climático de alcance
mundial y de una escala sin precedentes. En términos de salud, se ha atribuido
con bases conceptuales sólidas y análisis robustos el hecho de que en el
presente, las condiciones sean mucho más favorables que en el pasado para la
propagación de algunas enfermedades infecciosas, algunas de ellas
transmitidas por el agua, así como otras transmitidas por mosquitos, como la
malaria y el dengue.
Un informe reciente sobre Productos Básicos y Desarrollo 2019 de la
Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD), ha
señalado que la crisis climática coloca en una situación de mayor riesgo a los
países en desarrollo, debido especialmente a que sus economías dependen de
diversos sectores que están muy expuestos a fenómenos meteorológicos
intensos. Se subraya además la imperiosa necesidad de adaptar, diversificar y
modernizar sus economías.
Y claro, siempre habrá tendencias extremistas y otras que lo desestiman con
bases conceptuales unas más fuertes que otras, pero que en definitiva
agudizan una problemática que ha sido evidente. Lo que sí debe evitarse al
máximo, es pensar que todo es cambio climático o que se le agregue el
“apelativo” de cambio climático a cualquier proyecto o instancia que poco y
nada tiene que ver con el tema.
Más allá de las tendencias conceptuales, es innegable que cada vez es más
frecuente la aparición de eventos extremos, lo que sumado al incremento de
la vulnerabilidad especialmente por factores socioeconómicos, exacerba las
condiciones de riesgo en diversas zonas del mundo, tendencia a la que no
escapa nuestro país.
Se convierte la gestión del riesgo en una herramienta temprana de adaptación
al cambio climático, toda vez que el comprender la estrecha relación riesgo y
cambio climático están orientados a disminuir vulnerabilidades, aumentar
capacidades, resistencia y resiliencia de las sociedades frente a las amenazas
climáticas.
Ahora bien, de acuerdo con los lineamientos del Panel Intergubernamental de
Cambio Climático (IPCC, por su sigla en inglés) la vulnerabilidad al cambio
climático está definida como el grado de incapacidad que tiene un sistema de
afrontar los efectos adversos de dicho cambio, en particular de los eventos o
fenómenos adversos asociados al mismo. La vulnerabilidad actual y futura
dependerá de la exposición, la sensibilidad y la capacidad adaptativa.
Bajo esa premisa para establecer la exposición se toma como referente el clima
actual y a partir de ello se construyen escenarios de cambio climático.
Adicionalmente para determinar esa vulnerabilidad actual y futura es necesario
conocer la sensibilidad que hace referencia a qué tan afectado puede resultar
el sistema ante cambio climático. Entre tanto, la capacidad adaptativa que está
en función de esas características socioeconómicas, institucionales y demás
que permitirán afrontar las nuevas condiciones y adaptarse a ellas, es decir, en
línea con los procesos y medidas de adaptación, con las cuales se debe buscar
la reducción de la vulnerabilidad de la población y de los ecosistemas.
Pero aquí es importante hacer mención de la diferencia del concepto de
vulnerabilidad en el estricto concepto de la gestión del riesgo de desastres. De
acuerdo con la Ley 1523 de 2012, la vulnerabilidad se define como la
susceptibilidad o fragilidad física, económica, social, ambiental o institucional
que tiene una comunidad de ser afectada o de sufrir efectos adversos en caso
de que un evento físico peligroso se presente. Corresponde a la predisposición
a sufrir pérdidas o daños de los seres humanos y sus medios de subsistencia,
así como de sus sistemas físicos, sociales, económicos y de apoyo que pueden
ser afectados por eventos físicos peligrosos.
Siendo dos conceptos diferentes son complementarios. Al final en un análisis
de riesgos de desastres por fenómenos de origen hidrometeorológico,
deberíamos siempre tener en cuenta, los dos conceptos a fin de establecer
toda la problemática que puede existir en un territorio ante ese cambio
climático que ha venido incrementando el nivel de amenaza en una zona dada,
lo cual amerita un análisis en doble vía que finalmente confluye hacia la
adaptación y la prevención.
Recientemente a través de La Ley 1931 de 2018 se obliga a las entidades
territoriales y autoridades ambientales a nivel departamental, a realizar los
Planes Integrales de Gestión del Cambio Climático Territoriales (PIGCCT), con
el objeto que se identifiquen, evalúen, prioricen y establezcan medidas y
acciones de adaptación y mitigación de gases de efecto de invernadero con el
fin de que sean implementados en el territorio; dichos planes deben estar
estrechamente articulados con los Planes Departamentales de Gestión del
Riesgo de Desastres que exige la Ley 1523 de 2012.
Dadas esas condiciones de riesgo exacerbadas por cambio climático, debemos
reconocer nuestro territorio en lo físico, lo social y lo cultural, con el fin de que
estemos preparados pues ha sido también notorio que eventos tan
catastróficos como las avenidas torrenciales pueden aparecer en meses que no
necesariamente son los más lluviosos en una zona dada. De manera opuesta
debemos estar preparados ante sequías cada vez más intensas, las cuales
ponen en riesgo el satisfacer las necesidades básicas de la población, así como
la producción alimentaria.
En conclusión, la gestión del riesgo y el cambio climático son temas
complementarios y de vital importancia para el país, por ello, Colombia cuenta
con dos políticas de Estado: la Ley 1523 de 2012 y la Ley 1931 de 2018 para
garantizar una mejor adaptación, prevención y preparación ante todos los
fenómenos amenazantes.